PARECE MENTIRA que Luz Doria Pastor, profesional del Área Social en la División de Planeamiento de la Secretaría de Desarrollo de la Comunidad del Departamento de Antioquia, llevara ya varios años allí y otros tantos antes como funcionaria pública en otras dependencias oficiales. Militaba en el partido liberal, matriculada en el IELA, Instituto de Estudios Liberales de Antioquia, liderado por el joven Álvaro Uribe Vélez, lugar en el que se hacía ver de sus padrinos políticos para mantener su cargo. Por ello asistía religiosamente a las sesiones y charlas, además con el ánimo de coger chismes que luego utilizaba para desestabilizar emocionalmente a sus compañeros, sobre todo a los adscritos a otros partidos, o a quienes estaban allí como cuotas burocráticas, producto de las coaliciones dadas en la contienda electoral. Todos creían, y por ello le temían, que por circunstancias de familia tenía acceso directo al señor Gobernador y a la alta dirección, aunque nadie con certeza lo sabía. "Este viernes van a expedir decretos de insubsistencia y yo sé de fuentes fidedignas quiénes van a salir", decía. No siempre era cierto, pero les metía miedo a todos. Parece mentira que sus mismos compañeros de Planeamiento, profesionales de las áreas, Técnica, Proyectos Económicos, Proyectos Especiales y Sección Indígena, se cuidaran de ella, no solo por su manipulación de la información política con que se alimentaba, sino por disociadora. Sentía envidia de las funcionarias casadas y de las solteras con novio, a quienes de muchas maneras les dejaba ver su desilusión por no lograr engancharse con ningún hombre, "siendo profesional, de buena presencia y cuna solvente", como decía con frecuencia. Los muchachos que iba conociendo rápidamente le huían porque a la salida siguiente se sentían tratados en calidad de maridos. Parece mentira que los compañeros de toda la Secretaría, depredadores sexuales por naturaleza, que se daban cuenta de las ganas de macho que ella mantenía, no la cortejaran como a todas las mujeres y en cambio se preguntaran en corrillo, "¿quién será el ocioso que le pare bolas y se encarte con ella?" "¡Que se la coman las hormigas de Amagá que comen carbón!", decía otro. "Humm, si se muerde la lengua, se envenena". Se escuchaban carcajadas. Lo increíble es que no era del todo fea pero tampoco bonita; tenía una cara normal y un cuerpo "aguantable". Pero después de tratarla, era la mujer más estresante. De familia acomodada; vestía bien, acorde con las revistas de moda que no le faltaban. Decía que era amante de la buena mesa y que muy horribles los "renoles"; que por eso ella prefería no tener carro. Vivía en el barrio Laureles y con ello se daba más estatus del que en verdad poseía. Pero una mañana llegó a la oficina llorando; gimoteaba y moqueaba sin dar ninguna explicación a sus compañeras, quienes se pasaron largo tiempo rodeándola compasivamente. El día anterior regresó de una comisión de ocho días en el Magdalena Medio antioqueño, a la finca Santa Clara Ramblas, entregada durante el gobierno de Belisario a guerrilleros amnistiados, y a quienes ella debía visitar para un censo familiar. A cada uno le entregaron 80 hectáreas, por lo que a sus ranchos de madera, alejados entre sí, se debía ir a caballo, unas veces por potreros, otras por caminos entre el monte y le tocaba amanecer con la familia donde la sorprendiera la noche. "A esta le pasó algo por allá…", decía una compañera. "Qué tiene Lucita. ¿Está enferma?", le preguntaba la más amiga. "Hablá pues que tenemos que trabajar", decía la otra. "Es que por allá, me violó un mico", respondió entre el klinex húmedo que le tapaba la boca. "¿Quéeeeee?" exclamaron las tres en coro. Con los ojos abiertos se miraron entre ellas sin saber qué decir, hasta que después de un largo silencio la más pragmática dijo: "¡Ah! dejá de ser boba querida. De todos modos un mico no habla". "Eso es lo que me duele: no habla, no llama, no escribe…", respondió Luz Doria.
"¡Esta historia parece mentira!", dijo la primera de ellas; la dejaron sola y se sentaron a trabajar.
CVV
